Gotas chocaban inevitablemente aquí y allá, algunas con más
violencia que otras, anunciando con cada plof! Plaf! el fin de sus destinos,
sentencia inexorable de sus verticales vidas transitorias, sólo para terminar
yéndose, perdidas en una corriente caótica, derecho por la boca de tormenta de
la esquina.
El veloz y arítmico sonar de
la lluvia fuera ahogaba el corazón de nuestra sombra del día con una sensación casi imperceptible
de tristeza.
En el sentido opuesto del mortal viaje de las gotitas de
lluvia fuera, el humo de un cigarrillo olvidado en un cenicero (que más bien
parecía un cementerio indio cubierto de cenizas ) ovalado de bronce, frío y
opaco, se elevaba en una perfecta línea
recta apurada en llegar hacia los confines nebulosos y grises del techo del
bar.
Entre tanto y tanto, chorros de whiskey llenaban una medida
en un vaso para ser condenados al mismo destino que las gotas de lluvia, con la
diferencia que en lugar de terminar arremolinándose en las cloacas de la
ciudad, iban a parar al estomago de él.
Todas las maravillas de la vida y la muerte están sujetas
por sí mismas, como en un abrazo mortal, sosteniéndose por el soñar de las
personas. En este caso la sombra de nuestro ensoñador cubría de lúgubres pensamientos
toda la geometría de la lluvia y el humo, de las lágrimas y la tos, del amor y
el olvido.